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En el post anterior, mencioné cómo IBG llegó a existir y escribí un poco acerca de cómo los fundadores se han conocido durante los últimos 20+ años. Ahora teníamos una idea, teníamos un equipo, teníamos un lugar para construir nuestra empresa (Andalucía, España), y comenzó un año de investigación.

Entre nosotros, como empresarios experimentados, científicos y expertos en sostenibilidad, ya sabíamos que teníamos mucho que aprender. Así que asumimos el reto. Día tras día, llamamos a expertos en insectos, leímos todos los artículos científicos y empresariales que pudimos encontrar, sobre todo sobre la mosca soldado negra y sus larvas mágicas, y luego volvimos a leerlos todos. Subimos al Zoom, en aviones, trenes y automóviles, para asegurarnos de que averiguábamos todo lo que podíamos.

Tuvimos que informarnos sobre el insecto en sí, los residuos que utilizábamos, cómo realizaríamos la I+D y cómo fabricar la materia prima adecuada para las larvas. Tuvimos que calcular el coste, pero también el coste de construcción y funcionamiento de una fábrica de 10.000 metros cuadrados. A continuación, cuánto costaría y cuánto podríamos ganar fabricando 50.000 toneladas anuales de proteínas de aquí a 2031.

Queríamos un gran objetivo, y lo encontramos. Al mismo tiempo que calculábamos el coste de las fábricas, los costes, las pruebas, los márgenes y todo el trabajo habitual que conlleva la redacción de un plan de negocio, también encargamos algunos experimentos de laboratorio a instituciones respetadas, para comprobar el sentido de nuestra idea inicial de utilizar la materia prima más abundante para las larvas de la BSF en Andalucía...residuos de aceitunas.

Nos encantó comprobar que nuestra corazonada de que esto podía servir para nuestro negocio resultó acertada, y las rigurosas pruebas científicas han validado nuestra idea empresarial fundamental: Que podemos convertir los residuos en riqueza y ayudar a llenar el vacío de proteínas y fertilizantes.